Érase una vez en un universo enorme, donde solo existían planetas y soles. Una pequeña estrella que era triste y fría, pues era la única que en su órbita planetas no tenía. Así pasaron eones y eones sin lograr su cometido, y sin esperanza pensó vivir en el vacío, así que un último intento ella probó con un poco de polvo estelar ella calor le dió; de entre sus manos pasó algo increíble, nació un pequeño planeta risueño; la estrella lo amo al primer instante que lo vió y su color vibrante a ella volvió, enamorada vió crecer a su pequeño por siglos y su amor nunca se apagó. 

 

Una vez el planeta creció, le pareció fascinante el universo, que entre sí secretos escondía, cada vez se sentía más tentado de saltar a lo desconocido pero su estrella nunca permitiría que fuera solo.

 

Así que espero a que su madre se distrajera para escapar de un solo impulso, FURIOSA la estrella se sintió al ver que su planeta huía, así que CRECIÓ y CRECIÓ para poder alcanzarlo, el planeta corría desesperado y su estrella cada vez estaba más a su lado, él se acercaba al borde de la órbita y ella con su mano le logró rozar un pie descalzo, pero no fue suficiente.

 

Desapareció en la oscuridad del espacio...

 

La gran roja quebró en llanto y se redujo al tamaño de un maní, sollozó por los siglos, pues su planeta no estará allí, para estar a su lado mientras lentamente se extingue su color carmesí.